© Victor Delaqua
  • Escrito por Victor Delaqua | Traducido por Matthew Valletta
  • 29 de junio, 2016
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Edward James, uno de los más excéntricos e interesantes coleccionistas de arte surrealista del siglo XX, llegó a Xilitla, México, a finales de los años cuarenta. El escritor británico quedó cautivado por el esplendor del paisaje de «Las Pozas», donde creó una casa fantástica, que incluye un espacio escultórico único en el mundo.

El surrealismo, cuyas fuentes de creación se encuentran en los sueños y el subconsciente, en teoría, nunca podría utilizarse para construir cosas en la vida real. Edward James -descrito por Salvador Dalí como «más loco que todos los surrealistas juntos»- diseñó un jardín de esculturas que desafía cualquier etiqueta arquitectónica y permite vislumbrar algo nuevo, que se mueve entre la fantasía y la realidad.

Columnas con capiteles que parecen flores gigantes, arcos góticos, puertas dramáticas, pabellones con niveles indeterminados y escaleras de caracol que terminan abruptamente en el aire, como si fueran una invitación al horizonte. En definitiva, Edward James hizo florecer el hormigón junto a la exuberante flora y fauna de Xilitla, haciendo posible la arquitectura surrealista.

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© Julia Faveri

El Jardín de las Esculturas

«Las Pozas» es un conjunto de estructuras arquitectónicas de concreto y recorridos fantásticos que conforman un jardín de esculturas. Un río con cascadas atraviesa el jardín y está rodeado de selva en un vasto terreno. Su diseño fue concebido por Edward James y Plutarco Gastélum en Xilitla, México.

© Herbert Loureiro

Según cuenta la historia, cuando exploraban la Huasteca Potosina, una nube de mariposas rodeó a James y Gastélum mientras se bañaban en el río. El escritor británico interpretó este suceso como una señal mágica. Así, entre 1947 y 1949, comenzó la construcción de su versión del «Jardín del Edén».

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Durante las primeras décadas, James centró su atención en la horticultura. Sin embargo, en 1962 una ventisca destruyó su colección de orquídeas. Decidió entonces construir un jardín perpetuo y comenzó a edificar estructuras de hormigón que asemejaban elementos florales.

© Julia Faveri

Desde entonces, el jardín de esculturas se ha convertido en una fuente de creación y trabajo para los lugareños. Para la construcción de Las Pozas se necesitaron unas 150 personas, entre carpinteros, albañiles y jardineros.

© Julia Faveri

En 1984 Edward James murió durante un viaje al norte de Italia y en 1991 se abrieron las puertas de «Las Pozas» a los turistas.

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«Las Pozas» y sus lecciones para los arquitectos

Con el paso de los años, las esculturas se fueron fundiendo en una especie de ciudad aleatoria, con armonía creada por sus estructuras y diálogo con su entorno natural. A lo largo de sus caminos hay manos y cabezas de hormigón, serpientes de piedra, una bañera en forma de ojo -donde James solía bañarse en la pupila, rodeado de carpas en «el blanco del ojo»-, todo con un tono de ruina, de algo inacabado, tomado por la selva que añade algo de misterio.

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Caminar por el Jardín de Esculturas es como explorar una ciudad por descubrir. Es casi como si sus caminos laberínticos alimentaran el deseo de descubrir diferentes rincones y detalles. Al entrar, las esculturas arquitectónicas aparecen en diferentes niveles y vistas; es el lugar donde se va a ver y ser visto.

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En «Las Pozas» el espectador crea un nuevo tipo de contacto con la obra construida, con el paisaje y con todos los demás visitantes. En un espacio fantástico como éste, todos parecen sentir el mismo ambiente y todos sus pensamientos permanecen dentro de este entorno. Ya no son espectadores preocupados por los problemas del día a día, todos empiezan a vivir el momento y a reflexionar sobre cada paso que dan.

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En el primer manifiesto del movimiento surrealista, André Breton lo definió como: «… un pensamiento dictado con la ausencia de todo control ejercido por la razón, exento de toda preocupación estética o moral». Esta idea está presente en la arquitectura y en toda la creación que hay detrás de «Las Pozas», sus edificios están construidos de forma contraria a lo que hemos aprendido en la escuela de arquitectura — no ofrecen una experiencia de aprendizaje, sino que proponen una experiencia de descubrimiento.

Está claro que estas obras fantásticas no podrían ser replicadas en nuestras ciudades ordinarias, pero ciertamente presentan una nueva forma de mirar la realidad de la arquitectura que producimos cada día. Es a través de nuevas perspectivas que podemos imaginar nuevas formas de vivir.

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