A principios de los años 80, un biólogo de la Universidad de Harvard llamado Edward O. Wilson propuso una teoría llamada biofilia: que los seres humanos se sienten instintivamente atraídos por su entorno natural. Sin embargo, muchos padres del siglo XXI cuestionarían esta teoría al ver que sus hijos expresan una clara preferencia por sentarse en un sofá frente a una pantalla en lugar de jugar al aire libre.

El pánico nacional a que los niños pasen demasiado tiempo dentro de casa ha llegado a ser tan extremo que la crisis tiene un nombre: trastorno por déficit de naturaleza.

Aunque llamarlo trastorno podría ser meramente retórico, está claro que los niños pasan mucho más tiempo dentro que fuera. Este cambio se debe en gran medida a la tecnología: Se dice que el niño estadounidense medio pasa de 4 a 7 minutos al día en juegos no estructurados al aire libre, y más de 7 horas al día frente a una pantalla.

Richard Louv, autor del libro Last Child in the Woods: Saving Our Children From Nature-Deficit Disorder, cuenta la anécdota de haber entrevistado a un niño que le dijo que le gustaba más jugar en el interior que en el exterior «porque allí es donde están todos los enchufes».

El creciente temor de los padres a las enfermedades y los peligros de jugar al aire libre -a pesar de las pruebas que demuestran lo contrario- es otro factor importante.

Y a medida que los suburbios y exurbios continúan expandiéndose, la naturaleza se parcela más, y los niños parecen menos inclinados a pasar tiempo en un patio vallado, por no hablar de saltar la valla a la de un vecino o caminar en el bosque. En su lugar, las actividades de interior pueden parecer más fáciles (¡sin necesidad de protección solar!), más seguras e incluso más sociables para los niños que crecen con videojuegos multijugador y cuentas en las redes sociales.

¿Por qué salir al exterior?

Estudios recientes han puesto de manifiesto el beneficio -incluso la necesidad- de pasar tiempo al aire libre, tanto para niños como para adultos. Algunos sostienen que puede ser cualquier entorno al aire libre. Otros afirman que tiene que ser un entorno «verde», con árboles y hojas. Otros han demostrado que una simple imagen de vegetación puede ser beneficiosa para la salud mental. Dejando de lado estos matices, la mayoría de los estudios coinciden en que los niños que juegan al aire libre son más inteligentes, más felices, más atentos y menos ansiosos que los niños que pasan más tiempo dentro de casa. Aunque no está claro cómo se producen exactamente las mejoras en el funcionamiento cognitivo y el estado de ánimo, hay algunas cosas que sabemos sobre por qué la naturaleza es buena para la mente de los niños.

  • Fomenta la confianza. El modo en que los niños juegan en la naturaleza está mucho menos estructurado que la mayoría de los juegos de interior. Hay infinitas formas de interactuar con el entorno exterior, desde el patio trasero hasta el parque, pasando por la ruta de senderismo o el lago local, y dejar que tu hijo elija cómo tratar la naturaleza significa que tiene el poder de controlar sus propias acciones.
  • Fomenta la creatividad y la imaginación. Este estilo de juego no estructurado también permite a los niños interactuar de forma significativa con su entorno. Pueden pensar con más libertad, diseñar sus propias actividades y acercarse al mundo de forma inventiva.
  • Enseña responsabilidad. Los seres vivos mueren si se les maltrata o no se les cuida adecuadamente, y confiar a un niño el cuidado de las partes vivas de su entorno significa que aprenderá lo que ocurre cuando se olvida de regar una planta, o de arrancar una flor de raíz.
  • Proporciona una estimulación diferente. La naturaleza puede parecer menos estimulante que el violento videojuego de tu hijo, pero en realidad activa más sentidos: puedes ver, oír, oler y tocar los entornos exteriores. «A medida que los jóvenes pasan menos tiempo de su vida en entornos naturales, sus sentidos se estrechan», advierte Louv, «y esto reduce la riqueza de la experiencia humana».
  • Hace que los niños se muevan. La mayoría de las formas de interactuar con la naturaleza implican más ejercicio que sentarse en el sofá. No hace falta que tu hijo se apunte al equipo de fútbol local o que monte en bicicleta por el parque; incluso un paseo hará que su sangre fluya. El ejercicio no sólo es bueno para el cuerpo de los niños, sino que parece hacerlos más concentrados, lo que es especialmente beneficioso para los niños con TDAH.
  • Les hace pensar. Louv dice que la naturaleza crea un sentido único de asombro para los niños que ningún otro entorno puede proporcionar. Los fenómenos que se producen de forma natural en los patios y parques hacen que los niños se planteen preguntas sobre la tierra y la vida que alberga.
  • Reduce el estrés y la fatiga. Según la Teoría de la Restauración de la Atención, los entornos urbanos requieren lo que se llama atención dirigida, que nos obliga a ignorar las distracciones y agota nuestro cerebro. En los entornos naturales, practicamos un tipo de atención sin esfuerzo conocido como fascinación suave que crea sensaciones de placer, no de fatiga.

Así que, aunque el tiempo de pantalla es la opción más fácil y popular, es importante reservar tiempo para jugar al aire libre. Para ver actividades divertidas y estimulantes que usted y sus hijos pueden realizar en la naturaleza, consulte Ideas para llevar a sus hijos a la naturaleza.

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