Porfirio Díaz sigue siendo una de las figuras más enigmáticas y denostadas de la historia de México: oriundo del Estado de Oaxaca y posterior discípulo de Benito Juárez, Díaz se distinguió militarmente en el ejército liberal y, ya como general durante la Segunda Intervención Francesa, adquirió renombre a nivel nacional después de encabezar la carga que expulsó a las tropas galas de Puebla. No obstante, después de dos campañas presidenciales sin éxito, Díaz abandonó el liberalismo y se concentró en derrocar al gobierno mexicano: empezó en 1875 con una visita a Nueva York para granjearse el apoyo de capitalistas estadounidenses que buscaban un mejor acceso a las oportunidades inversoras en México.

Se dirigió después al Sur de Texas, donde recaudó varios cientos de miles de dólares de donantes particulares para instruir a un pequeño ejército, con el que cruzó el río y tomó Matamoros el primero de abril de 1876, mediando escasa resistencia. Desde ese entonces y hasta 1910, gobernó México con mano de hierro, durante el período que se conoce como el «Porfiriato». Si bien Díaz se enorgullecía del espectacular desarrollo ferroviario y minero durante su mandato, ese crecimiento se alcanzó a un coste terrible, pues se suprimieron las libertades civiles garantizadas por la Constitución de 1857 y millones de mexicanos fueron desahuciados de sus viviendas y tierras, expropiadas para abrir paso a las explotaciones comercial. Para el final de su régimen, la mayor parte los mexicanos era más pobre de lo que habían sido sus predecesores cuarenta años antes, lo que allanó el camino para el estallido de la Revolución Mexicana en 1910.

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